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lunes, 4 de mayo de 2009

INTRODUCCIÓN



Para poder entender la doctrina de la salvación es necesario que traslademos nuestras mentes al Antiguo Testamento, descorramos las cortinas del Libro de Éxodo, y levantemos nuestra mirada hacia Egipto. Es especialmente en Egipto donde se encuentra la clave para entender la naturaleza de la salvación y, entonces, poder forjarnos el concepto correcto de lo que es ella.

Contemplemos a un pueblo esclavo, sufrido, maltratado, humillado, destinado a muerte. Un pueblo que en medio de su desesperación clama por liberación, levanta la vista a su Dios. Contemplemos, por la otra parte, a un Dios que oye el clamor, que ve la opresión y envía un salvador para libertar a su pueblo. (Éxodo 1-3). Posteriormente, en las diferentes etapas de la vida de Israel, en medio de la opresión del enemigo, coartados de su libertad, afligidos y maltratados, Dios envía salvadores que salven a su pueblo de la esclavitud y sus consecuencias. 

Tres palabras que rescatamos de todo ese quehacer son: esclavitud, salvador y liberación, las que nos dan la clave para lo que Jesucristo habría de hacer posteriormente a favor del hombre esclavo y oprimido por el yugo opresor de Satanás. Es ese contexto circunstancial lo que nos brinda los elementos para entender, primero, qué cosa es salvación desde el punto de vista de Dios y, segundo, el por qué de la necesidad de un salvador.

Teniendo en mente este pensamiento dominante extraído de hechos típicos del Antiguo Testamento, debemos antes que nada definir el concepto teológico de salvación. Hace años cayó en mis manos un pequeño folleto que exponía el plan de salvación y justo decía lo siguiente: “Salvación es la emancipación del pecado con su consecuencias presentes y futuras”. Emancipar es liberar.

En el acto de la salvación Dios, liberta al pecador del yugo opresor del pecado. El pecado ha provocado la ruina espiritual, moral, física y material del hombre y separación de Dios, pero en el acto de la salvación los efectos son anulados, el hombre es restaurado a su posición original y Dios le provee la seguridad de un destino glorioso.

La necesidad de un salvador se produce primeramente por la condición espiritual del hombre. El mismo Pablo lo revela cuando dice: “Y él os dio vida cuando estabais muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1). “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:21). Isaías lo dice en otras palabras: “Vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2 y ss). Segundo por la incapacidad del hombre para proveerse a sí mismo un medio de salvación. Entonces la iniciativa tiene que tomarla Dios, haciendo provisión de ese salvador. “Qué recompensa dará el hombre por su alma” (Mateo 16:26) Véase también Salmo 49:6-8; Juan 3:16; 4:10; Romanos 6:23; 8:32: Efesios 2:8). “Él vino a buscar y salvar lo que se había perdido”.

Jesucristo estaba consciente de la naturaleza de su obra cuando dijo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19), “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:32), “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36), “Y libertados del pecado vinisteis a ser siervos de justicia” (Rom. 6:18) “Más ahora habéis sido libertados del pecado, y hechos siervos de Dios...” (Romanos 8:22) y se nos exhorta diciendo: “Estad, pues, firmes con la libertad con que Cristo nos hizo libres” (Gálatas 5:1).

Para concluir este aspecto ratificamos lña definición anónima que citamos anteriormente:


"LA SALVACIÓN ES LA EMANCIPACIPACIÓN 
DEL PECADO PRESENTE Y DE SUS CONSECUENCIAS FUTURAS" 

LA NATURALEZA DE LA SALVACIÓN




LA SALVACIÓN ES UN PRODUCTO...

La Biblia nos revela que la salvación, como una obra terminada en el corazón el hombre pecador, es producto de los efectos triple y simultáneos que el Espíritu de Dios efectúa en el corazón del hombre. Esta obra triple es la JUSTIFICACIÓN, la REGENERACIÓN y la SANTIFICACIÓN. No hay salvación bíblica si uno de estos tres aspectos falta. No podemos ser salvos si no somos justificados, no podemos ser salvos si no somos regenerados y no podemos ser salvos si no somos santificados.




LA REGENERACIÓN




Mientras que la justificación tiene que ver con un cambio de posición, la regeneración tiene que ver con un cambio de condición. Mientras que la justificación es de carácter externo, la regeneración es de carácter interno. Mientras que la justificación tiene que ver con el cambio en la condición legal ante Dios, la regeneración tiene que ver con un cambio espiritual y moral delante de Dios. El hombre necesita ser justificado porque es culpable ante Dios, necesita ser regenerado porque se ha corrompido delante de Dios.


La regeneración es el “cambio” y/o “transformación” de la naturaleza humana. Se conoce también como “nuevo nacimiento” porque da inicio para comenzar una nueva vida con Dios. La palabra regenerar quiere decir “volver a generar”.

El hombre degenerado es regenerado. Al hombre muerto en pecado se le imparte vida.



Para entender la naturaleza de la regeneración es necesario apelar a las figuras que se utilizan para representarla:

1. Un nuevo nacimiento. 

Jesús se dirigió a Nicodemo con las siguientes palabras: “De cierto, de cierto te digo que el que no naciere del agua y del Espíritu no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:5), “No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez” (Juan 3: 7). 

Estas palabras plantean algunas premisas:

   a. El nuevo nacimiento o regeneración implica el corte de relación con la vida antigua (1 Pedro 1:17-18; Efesios 4:22-32; 2 Corintios 5:17; Romanos 12:2).

   b. El nuevo nacimiento implica el comienzo de una nueva vida( Romanos 6:4; 2 Corintios 5:17).

   c. El nuevo nacimiento implica el comienzo de la participación de la vida del reino. (Juan 3:5).

    d. El nuevo nacimiento nos coloca en posición de hijos de Dios. Somos nacidos del Espíritu y es el Espíritu el que nos da testimonio de que somos hijos de Dios (Juan 1:11-13; Romanos 8:15-16).

     e) El nuevo nacimiento nos coloca en una nueva relación con el Padre. Heb. 12:1-11.

2. Una resurrección. 

“Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba y no las del tierra,.... porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios...” (Colosenses 3:1-3 ).

“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Crito resucitó de los muertos, nosotros andemos en novedad de vida" (Romanos 6:4). 

Tanto el nuevo nacimiento como la resurrección llevan implícitos el mismo pensamiento del comienzo de una nueva vida. Esa vida es impartida por Cristo: “en él estaba la vida...” (Juan 1:4); “Yo he venido para que tengáis vida y vida en abundancia” (Juan 10:10.  Véanse también: Juan 3:36; 5:24; 10:28, etc.), y hecha efectiva por el Espíritu Santo (Juan 6:63).

3. Un lavamiento. 

“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la renovación en el Espíritu el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:5-6). 

El agua es símbolo tanto del Espíritu Santo como de la Palabra escrita por su capacidad limpiadora y purificadora. Se hace referencia también al poder limpiador de la sangre de Cristo, porque “la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:9).






LA SANTIFICACIÓN



¿Que relación tiene la REGENERACIÓN con la SANTIFICACIÓN? 

La regeneración tiene que ver con la parte subjetiva de la salvación mientras que la santificación tiene que ver con la objetiva. La regeneración tiene que ver con el inicio de la vida de santidad, la santificación con la continuidad de esta vida. La regeneración es la planta, la santificación es los frutos. La regeneración es como la criatura que nace, la santificación es su desarrollo y crecimiento. La regeneración provee la materia prima, la santificación la elabora. La regeneración es la fuente de la luz, la santificación la lámpara que la proyecta. 


Definición de santificación.

La santificación es una obra directa del Espíritu Santo que perfecciona la vida espiritual del creyente a partir del nuevo nacimiento.

Naturaleza dual de la santificación.

La santificación es tanto estática (un estado) como dinámica y pefeccionable (un proceso).



1. La santificación es estática (un estado). 

En este caso es instantánea. Desde le momento que la persona cree, Dios la santifica. Lo convierte en un santo. A pesar de sus imperfecciones, Dios lo trata como tal ya que al igual que la justificación, la santificación es imputada por la fe (Hechos 26:18; 1 Pedro 1:16; Hebreos 12:14;1 Tesalonicenses 5:23; Véase 2 Corintios 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Gálatas 1:2).

Cuando analizamos el uso de la palabra “santo” en el Antiguo Testamento, nos damos cuenta que el acto de santificar algo implicaba dos aspectos: por una parte apartar (Génesis 20:8; Levíticos 20:26; Éxodo 40:9; Números 6:2; Levíticos 11:44: 25:10; 2 Crónicas 7:16; Hechos 13:2); y por la otra parte dedicar (Éxodo 13:2; Levítico 27:14; Números 6:2; 1 Samuel 1:11; 1 Crónicas 23:13; 2 Crónicas 35:3).

Como un acto de la soberanía de Dios (Éx. 20:12) , él santificaba con su presencia lugares (Éxodo 3:5); días (Génesis 2:3), personas (Jeremías 1:5).

Por la acción directa de sus siervos eran santificados objetos (2 Crónicas 29:19), artículos y personas (Éxodo 19:10; 19:23; 28:41).

Su pueblo y sus siervos se auto santificaban, cuando se apartaban del pecado y se dedicaban al servicio de Dios y en obediencia al mandato de Dios (Levíticos 11:44; Números 11:18; Joel 2:16).

2. La santificación es dinámica y perfeccionable (un proceso).

Se nos hace un llamado para buscarla (Romanos 1:7; 1 Corintios 1:2). Se nos exhorta a perfeccionarla (2 Corintios 7:1) y al santo se le manda a que “se santifique todavía” (Apocalipsis 22:11).

En este aspecto se la compara con una casa en construcción: “Sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo...” (1 Pedro 2:5), y para lograr esta meta se nos exhorta:

1o. “Desechando toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y toda las detracciones" (1 Pedro 2:1).
2o. "Desead como niños recién nacidos la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación..."  (1 Pedro 2:2).
3o. "... acercándoos a él” (1 Pedro 2:4). 

En este proceso se apela a la voluntad del creyente . En el mismo cada uno ayuda a otro a su perfección, cooperando en este proceso Dios, que santifica al creyente. O sea, que el dinamismo de la santificación estriba en la acción del Espíritu de Dios en el creyente y la voluntad del creyente sometida a la voluntad de Dios (Romanos 12:1; 6:13-19).

Otra palabra que la Biblia usa para revelar el aspecto dinámico y progresivo de la santificación es perfección. Esta palabra nos revela los dos aspectos de la santificación.

Como estado, Jesús dijo: “Sed, pues, perfectos, como mi Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).  El deseo de Dios es nuestra perfección (2 Timoteo 3:17; Efesios 4:13: Santiago 1:4).

Pero a la vez nos muestra el aspecto dinámico cuando Pablo nos dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fuí también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome hacia lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios. Así que todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos...” (Filipenses 3:12-15). 

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, el creyente es llamado “perfecto” a pesar de sus imperfecciones (Génesis 6:9; Salmo 37:18; Proverbios 2:21; 11:20). El asunto es que Dios nos considera perfectos, aún cuando nosotros no nos sintamos que somos perfectos (Job 9:20; compare con Job 1:1 y 8), porque la perfección es imputada por Dios, aunque perfeccionada en nosotros por la acción de él con consentimiento nuestro. Pablo oraba “por la perfección” de los corintios, aún cuando él los llama “santos” (1 Corintios 1:1). Dios espera que los “perfectos” anden en el camino de la perfección (Salmo 101:2), y que en ese camino alcancen la perfección (Hebreos 6:1).

Los medios de la santificación.

En la acción y proceso de la santificación intervienen un conjunto de factores, elementos y personas que hacen real y efectiva la experiencia de la salvación en el creyente.


1. El Espíritu Santo. 

La obra el Espíritu se especializa en impartir y hacer parte del hombre la naturaleza santa de Dios. El santifica porque él es santo. Él penetra toda la naturaleza humana degenerada por el pecado, la regenera, la limpia, la sana y la pone en condiciones de establecer contacto y comunión con el Santo Dios (Tito 3:5; 2 Tesalonicenses 2:13). El resultado de la obra santificadora del Espíritu es el fruto del Espíritu (Gálatas 5:16-25), y una vida espiritual de victoria permanente. (2 Corintios 2:14).

2. La Palabra. 

Jesucristo dijo: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (Juan 17:17). La Palabra de Dios es tipificada con el lavacro del Tabernáculo que contenía agua para limpieza o lavamiento del sacerdote antes de oficiar (Tito 3:5). La Palabra hace ver el pecado, la suciedad moral; descubre lo que hay en lo íntimo del corazón, porque es “viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos que penetra hasta partir el alma, y el espíritu y las coyunturas y tuétanos y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”,(Hebreos 4:12). Pero tiene poder sanador, porque la Palabra es Espíritu y el Espíritu es el que la aplica al alma produciendo los cambios regeneradores, transformadores, renovadores que el hombre necesita (Salmo 107:20; Mateo 8:8; Marcos 16:20; Lucas 4:32-36; 5:5).

3. La sangre de Cristo.

El capítulo 9 de Hebreos nos da la clave para entender la eficacia y el poder limpiador y santificador de la sangre de Cristo. La sangre de los becerros y de los machos cabríos, que fue rociada sobre el libro de la ley para confirmar el Pacto y limpiar el Tabernáculo y todos los vasos del ministerio (vs. 19-20), era un vehículo de purificación y consagración de las cosas santas. Esa sangre de los machos cabríos era típica del poder limpiador (v. 22) y regenerador del pecado, ya que “sin derramamiento de sangre no hay remisión” de pecados. Las figuras de las cosas celestiales fueron purificadas con sangre de becerros, pero las misma cosas celestiales fueron purificadas con la sangre del mismo Jesucristo que tiene poder permanente y efectivo para llevar el pecado, y salvar a los que en él esperan. Esa es la sangre que “nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7) la que nos “ha lavado de todos nuestros pecados” (Apocalipsis 1:5), porque “Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta...” (Hebreos 13:13).


EL ASPECTO HUMANO EN LA SALVACIÓN



Aunque es verdad que la salvación es un acto inicial de Dios, que Dios lo ha provisto todo para hacerla real en el hombre y como medio objetivo de salvación el hombre no puede hacer provisión de nada, sin embargo hay un aspecto subjetivo que involucra la mente y el corazón, que el hombre sí tiene que hacer. La Biblia establece dos requerimientos por parte del hombre para que este pueda alcanzar y recibir lo que ha sido hecho para él.

La salvación es algo tan valioso que las riquezas de este mundo no alcanzan para comprarla: “De qué le vale al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? o ¿qué recompensa dará el hombre por su alma” (Mateo 16:26). Sin embargo Dios lo hace posible al hombre el obtenerla a través de dos elementos que están en él y que solo tiene que ponerlos en acción. Estos elementos son: LA FE Y EL ARREPENTIMIENTO.

1. La fe como medio para alcanzar la salvación. 

El Apóstol Pablo hizo algunas declaraciones contundentes que eliminan cualquier otra posibilidad de apropiarse de la salvación. Él dijo: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 4:8). Estas palabra establecen un medio, la fe, contraponiéndola contra las obras. Dice: “No por obras”.

¿Por qué recalca inmediatamente la contrapartida? Por la tendencia humana de apelar a su propia justicia para sustituirla por la justicia de Dios. Nuestros primeros padres trataron de buscar cobertura humana, cubriendo ellos su desnudez (Génesis 3:7), como símbolo de sus excusas por haber pecado contra Dios. Caín trató de sustituir “el sacrificio cruento” establecido por Dios” para el perdón, por una “ofrenda incruenta”, símbolo de las formas falsas y humanas de adoración. Caín estableció el método de adoración del culto a las obras de justicia humanas, pero Dios lo rechazó. Todo el sistema adoracional que destituye la forma exclusiva que Dios ha dictaminado para el hombre fue definido por Judas como “el camino de Caín” (Judas 11).

Pablo atacó severamente a aquellos que querían justificarse por medio de las obras colocando bajo pecado a todo el mundo (Romanos 3:19-20 y 23) para que se manifestase “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen....siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús a quién Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre para manifestar su justicia....a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesucristo (Romanos 3:21-26) “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda, más al que no obra pero cree en aquél que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-14; ver también Romanos 10:5-13).
Cuando el hombre pecador es capaz de entender el amor desinteresado y generoso de Dios y logra ejercer su fe en la provisión amplia de Dios en el sacrificio de Jesucristo y se atreve a creer, no se dilata el perdón y se hace efectiva su salvación. (Juan 3:116-17)

2. El arrepentimiento.

Son decenas y decenas de versículos en la palabra done se nos habla acerca dela necesidad de un verdadero arrepentimiento para alcanzar perdón. El mensaje de Juan el Bautista fue un mensaje de arrepentimiento. Jesús comenzó su ministerio predicando y diciendo “arrepentios porque el reino de os cielos se ha acercado” y los apóstoles retomaron el menaje de Jesús y predicaron la necesidad del arrepentimiento para perdón de pecados. (Mateo 3:8; 3:11; 9:13; Marcos 1:4; Lucas 3:3; 3:8; 5:32; Hechos 5;31, etc.)

     a. ¿Qué es arrepentimiento? 

En su forma más sencilla es cambio de actitud, volverse del mal camino. Pero “el arrepentimiento que es para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21) involucra algo mas que un mero cambio de actitud. El verdadero arrepentimiento bíblico involucra a toda la personalidad: mente, afecto y voluntad son afectados produciendo “frutos dignos de arrepentimiento” (Mat. 3:8)

En una ocasión iba a hacer un viaje de San Rafael a Malargüe, en la provincia de Mendoza (República Argentina). Había dos ómnibus estacionados. Uno decía, Mendoza y otro Malargüe. Corrí al ómnibus. En el trayecto me interceptó un pastor que en el saludo me hizo perder dos minutos, cuando volví mi rostro, vi que uno de los ómnibus que salía. Entré rápidamente en él; tan rápido que el mismo conductor ni se fijó en mi boleto. Me senté cómodamente y comencé a contemplar el paisaje de la ciudad. El ómnibus debía doblar por la avenida Ballofet para tomar la ruta a Malargüe y no lo hizo. Al darme cuenta me intranquilicé un poco pensando que quizás, por alguna razón tomaría otra calle paralela para salir a la ruta, pero saliendo de la ciudad, me inquieté tanto que fui corriendo al chofer para preguntarle. Me contestó: “Señor, usted ha tomado un ómnibus equivocado, este va a Mendoza”. Urgente le pedí que me dejara ahí mismo y me bajé.

Este incidente me ilustró los mecanismos sicológicos que se producen en un verdadero arrepentimiento. Creemos que vamos bien en el camino de la vida. Cuando nos damos cuenta que vamos mal (análisis mental de la situación), comenzamos a sentir cierto estado de intranquilidad (parte afectiva). El constatar la realidad de nuestra equivocación nos hace tomar una decisión (acción de la voluntad), y retornar a la situación original.

Para que haya un verdadero arrepentimiento, este tiene que ir precedido de una información correcta en relación con la condición y situación del pecador. Él no se da cuenta que va mal. Cree que esta y va bien. Por eso Pablo nos exhorta diciendo: “Cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquél de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique” (Romanos 10:14). El rico en el infierno reconoció esto y le dijo a Abraham: “No, padre Abraham, pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Más Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levantare de entre los muertos” (Lucas 16:30).  Antes de ascender al cielo, camino de Emaús, Jesús dijo a aquellos discípulos: “Así estaba escrito a así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:46-47). La gran comisión es el motor impulsor para dar información del plan de Dios: “Id...y predicad...” (Marcos 16:15).

    b. El fruto del arrepentimiento.

        1) Aspecto humano: confesión y restitución.

Confesión.- El acto de la confesión es importantísimo dentro del proceso del arrepentimiento.
La confesión es la capacidad que da Dios, en su gracia para con el hombre, de poder expresarle a Él, el o los pecados cometidos. Para esto es necesario revestirnos de toda sinceridad ya que el conoce la mente y el corazón. Nada podemos tapar, no puede haber reservas, ni rezagos ocultos en el corazón, porque “Dios escudriña la mente y el corazón”, el sabe y conoce, por lo cual Él está dispuesto a oír, para PERDONAR. Otro aspecto en el acto de la confesión es la disposición interna de no volver a pecar. Esto nos ayudará a permanecer en la gracia y bendición de Dios. (Esd. 10:1; Prov. 28:13; 1 Juan 1:9).

Pero aquí se plantea una pregunta: ¿a quién confieso?. .- Diremos, antes que nada, que todo pecado cometido es una ofensas contra Dios, por lo cual, cualquier tipo de pecado que el hombre cometa, debe ir directamente a Dios a confesarlo para recibir perdón. (Lev. 5:5; 2 Cron. 6:26; 1 Juan 1:9). Sin embargo Dios tiene en cuenta el pecado que cometemos contra nuestro prójimo. El perdón de este tipo de pecado está acondicionado a la capacidad que tengamos de pedir perdón y perdonar. Tenemos, pues, que arreglar, primero, nuestras cuentas con el prójimo, antes de pedir y recibir perdón de Dios. (Mat. 6:12 al 15; 18;21; Marc. 11:25; Luc. 6:37; Efe. 4:32; Col. 3:13; Sat. 5:15)

Restitución.- Restituir es el acto de devolver lo que injustamente hemos quitado, adquirido. Esta idea está incluida dentro del sistema de sacrificios del A. T. (Lev. 6). No solo bastaba con arrepentirse, confesar y pedir perdón, era necesario devolver lo encontrado y quintuplicado aquello que la persona había robado. Aquí estaban incluidos los pecados morales, sociales, etc. Cuando Zaqueo el publicano tuvo el encuentro con Jesús (Luc. 19:1-9) dijo: “He aquí la mitad de mis bienes doy a los pobres y si en algo he defraudado a alguien lo devuelvo cuadruplicado”. 

        2) Aspecto divino: perdón de pecados y la conversión.

            a) Perdón de pecados. 

Dios es la fuente del perdón (Salmo 130:4). “Él es quien perdona todas nuestras iniquidades” (Salmo 103:3). Los que recibieron perdón podía testificar: “...y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5). En el Antiguo Testamento, Dios hizo provisión por medio de sacrificios de animales “la expiación por ellos, y obtuvieron perdón” (Levítico 4:20). Pero todos aquellos sacrificios no eran más que típicos del verdadero sacrificio del cual manaría una fuente inagotable de perdón para el pecador: el sacrificio expiatorio de Jesucristo. En casa de Cornelio, Pedro se levantó testificando acerca de Jesucristo: “De éste dan testimonio los profetas, que todos lo que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43). Pablo, ante los ancianos de Antioquia, testificó de Jesucristo diciendo: “Sabed, pues, esto, varones hermanos : que por medio de él (Cristo) se os anuncia perdón de pecados y que de todo aquello de que por la Ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquél que cree” (Hechos 13:38-39. Véanse además Hechos 26:18; Efesios 1:7; Colosenses 1:14).

Durante su ministerio público, hay una frase que sale permanentemente de los labios de Jesucristo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, “Ni yo te condeno, vete y no peques más” (Mateo 9:2; Marcos 2:5; Lucas 5:20; Mateo 9:6; Marcos 2:10; Lucas 5:20). Sin embargo, el perdón viene como resultado de un arrepentimiento verdadero y profundo.

Un aspecto importante relativo al perdón es la necesidad de confesión sincera a Dios del pecado cometido. Mucho pudiéramos escribir al respecto, pero creo que la experiencia de David, plasmada en el Salmo 51, es un ejemplo sobresaliente de la necesidad de la confesión de nuestros pecados como parte de un verdadero arrepentimiento que produce perdón amplio de parte de Dios. Esto era un requisito en el Antiguo Testamento (Levítico 26:40; Números 5:7; Nehemías 9:2; Salmo 32:5). Juan nos dice elocuentemente: “Si confesamos nuestros pecados él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9. Véanse también Proverbios 28:13; Mateo 3:6; Hechos 19:18; Romanos 10:9).

3. Conversión. 

La conversión es un acto de la voluntad humana. El aspecto negativo es: “volverse de” (2 Reyes 17:13; Jeremías 26:3; Ezequiel 14:6); y el aspecto positivo es “volverse a” (1 Samuel 7:3; Nehemías 1:9; Job 22:23; Isaías 55:7; Lamentaciones 5:21). Dios espera que el hombre se vuelva de su mal camino, y se vuelva a él. Cuando el hombre se siente impotente para hacerlo, puede buscar ayuda en Dios y decirle: “Vuélvenos, oh Jehová,...y nos volveremos” (Lamentaciones 5:21). Esta vuelta se produce cuando el hombre arrepentido viene a Dios en busca de perdón y salvación, entonces se hace real la conversión. El “volverse de” es el inicio, “el volverse a” es la conversión propiamente dicha.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios exhorta al hombre a que se convierta de su mal camino. Esta conversión produce, primero, un cambio de condición (Lucas 1:17; Santiago 5:20). En este sentido, la conversión es dejar de ser una cosa para ser otra (Hechos 2:20; Mateo 4:1319). En el orden moral y espiritual es convertirse de la maldad para ser un santo (Hechos 3:26); dejar de adorar ídolos, para adorar al Dios vivo (1 Tesalonicenses 1:9); la tristeza convertida en gozo (Juan 16:20). Se describe como un cambio situación (Hechos 26:18; Efesios 5:8;), un traslado (2 Pedro 2:9 y 15; Colosenses 1:13). 

“Arrepentios y convertios para que sean borrados vuestros pecados...” (Hechos 3:19). Fueron las palabras de Pedro en el Pórtico de Salomón después de la curación del cojo. Y fue el tenor del mensaje y enseñanza apostólica constantemente (Hechos 3:26; 14:15; 26:18; 2 Corintios 3:16). El arrepentimiento verdadero tiene necesariamente que producir conversión, de lo contrario todo fue un formulismo externo, superficial, que dejó al pecador en las mismas condiciones que antes.


EL TIEMPO DE LA SALVACIÓN




LA SALVACIÓN: ¿CUÁNDO?

¿Cuándo es que somos salvos?, se han preguntado algunos. ¿Para cuando es la salvación?, se preguntan otros. ¿Podemos saber hoy si somos salvos?, cuestionan terceros. Hay tres opiniones en relación con el tiempo de la salvación: 

1º. Ya fuimos salvados en la eternidad. Dios nos eligió antes de la fundación del mundo. 
2º. La salvación se obtiene hoy, en el momento que creemos. 
3º. No podemos saber si somos salvos hoy, la salvación la obtendremos en el futuro.

Cualquiera de las tres posiciones que adoptemos, excluyendo radicalmente la otra es un error. Es una verdad a medias. La Biblia nos revela y enseña de una forma clara y sencilla lo tres aspectos que, interpretados debidamente no se excluyen, se complementan. Analicemos cada uno.

1º. Fuimos salvos sobre las bases de la elección de Dios.
  •     La Biblia nos enseña que el plan de salvación se gestó en la eternidad. 
Jesucristo “nos rescató de nuestra manera vana de vivir...con la sangre preciosa de Cristo como de un cordero sin mancha ni contaminación ya destinado antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor a vosotros” (1 Pedro 1:19-20), “fue inmolado desde antes desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). Este sacrifico se dio por hecho antes que fuera manifestado.
  • La Biblia nos enseña que fuimos elegidos o predestinados antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4) .
Esta elección previa la Biblia revela que fue hecha:
(1) En Cristo (Efesios 1:4). Estábamos contenidos en él.
(2) Por lo cual nuestros nombres fueron escritos en el libro de la vida antes de la fundación del mundo.
(3) Fuimos elegidos según la presciencia o preconocimiento de Dios (1 Pedro 1:2; Romanos 8:29)
 (4) Fuimos predestinados para ser adoptados hijos suyos (Efesios 1:5).

2º. Somos salvados ahora sobre las bases de las promesas de Dios y de nuestra elección.

Aunque Dios conocía de antemano quiénes iba a ser salvos desde la eternidad, sin embargo nosotros hicimos posible la salvación en un momento determinado del tiempo. La salvación es para HOY y HOY la hacemos posible (Hebreos 3:7 y 13; 4:7; 2 Corintios 6:2; Lucas 19:9). Tanto Jesucristo como sus apóstoles enseñaron que la salvación era una experiencia actual e instantánea: la recibe instantáneamente el que cree (Juan 10:9; Hechos 2:21; Romanos 10:9; Efesios 2:5-8; 2 Timoteo 1:9).

El Señor Jesús habló de la realidad presente de la salvación de la siguiente forma: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36; 6:47); “El que cree al que me envió tiene vida eterna” (Juan 5:24); “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Pablo se expresó de la siguiente forma sobre la realidad presente de la vida eterna: “Y él os dio vida...cuando estabais muertos en pecados” (Efesios 2:1).

Juan nos dice: “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida” (1 Juan 3:14); “Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:13).

La responsabilidad cae sobre nosotros. La decisión la tenemos que hacer nosotros y está condicionada a si creemos, si lo recibimos, si lo aceptamos:eEl que cree, el que le abre el corazón, el que le busca. “A todos lo que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).

El Espíritu Santo no permite que estemos en la duda sobre la realidad de nuestra salvación, “Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu DE QUE SOMOS HIJOS DE DIOS” (Romanos 8:16) .

3º. No somos salvos ahora. No podemos saberlo.

En este grado de incertidumbre tal, viven muchos. Se dicen cristianos pero no pueden dar fe de su salvación.

Esta situación es altamente preocupante porque es indicio de no hacer nacido de nuevo y sin el nuevo nacimiento es imposible ver el reino de Dios. Aunque nuestra salvación ha de ser consumada en el futuro reino de Dios, sin embargo, como ya hemos estudiado, la experiencia de la salvación es una experiencia real del presente y quien no pueda dar fe de ella es que todavía está perdido. 

Sin embargo, el aspecto futuro de nuestra salvación es enseñado en la Biblia también. La Biblia nos habla de ella como algo alcanzable en el futuro porque su consumación está en dependencia de:

(a) Nuestra perseverancia hasta el fin: “El que persevere hasta el fin será salvo” (Mateo 10:22 y 24:13). Recordemos: nadie puede perseverar en algo que no tiene.
(b) Nuestra justificación presente es la base para nuestra salvación futura (Romanos 5:9).
(c) Jesús viene para salvar a los que esperan en él (Hebreos 9:28).
(d) La salvación está acondicionada a la victoria de los creyentes en medio de sus pruebas. (Apocalipsis 2:7; 2:11;2:17; 2:26; 3:5; 3:12; 3:21).
(e) Nuestra salvación futura está acondicionada al cuidado que Dios tienen de sus hijos. (1 Pedro 1:5).

Toda esta verdad revelada en la Biblia nos prueba que fuimos, somos y seremos salvos.


¿Como se conjuga la voluntad de Dios con el libre albedrío del hombre para obrar la salvación? 

Es un misterio de la gracia. “La voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos”. Él lo ha provisto todo para que el hombre sea salvo. Pero es el hombre tiene que creer. Dios puede presionar al hombre pero no lo obliga, hace provisión al hombre de todos los elementos viables para que crea pero no lo obliga; sin embargo, la promesa de Dios permanece firme: “PARA QUE TODO AQUÉL QUE EN ÉL CREE NO SE PIERDA, MAS TENGA VIDA ETERNA” (Juan 3:16).

SEGURIDAD Y CUIDADO DE LA SALVACIÓN



1. La seguridad de la salvación.

“Por lo cual puede salvar perpetuamente, a los que por él, se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25). 

“Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y me siguen, y yo les doy vía eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:28-29).

Estas palabras son alentadoras para todo verdadero hijo de Dios pero, a la vez, reveladoras de los mecanismos de la gracia para traer seguridad a nuestros corazones. La seguridad del creyente estriba, en primer lugar, en el ministerio sacerdotal de Jesucristo a favor de los suyos. Él vive intercediendo por cada una de sus ovejas. A Pedro le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos Pero yo he orado por tí para que tu fe no falte” (Lucas 22:31,32). En su oración intercesora a favor de los suyos (Juan 17:15) el Señor oró: “No te pido que los quites del mundo, sino que lo guardes del mal”. En segundo lugar, por el conocimiento eterno que él tiene de sus ovejas: él las conoció desde antes de la fundación del mundo. Ese conocimiento lo pone en capacidad de dar la ayuda adecuada y acertada a cada una de ellas, de tal forma que sus ovejas pueden “acercarse confiadamente al trono de la gracia para hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15-16). En tercer lugar, nuestra seguridad estriba en nuestra permanencia en el área de protección de Dios: SUS MANOS. En “sus manos nadie nos arrebatará”, “no pereceremos jamás”.

En algunos lugares existen lo que se llama “áreas de seguridad”. En sus límites han carteles que dicen: "¡CUIDADO, PELIGRO!" La permanencia en esa área es lo que nos asegura el resguardo del peligro. Dentro de ella, no tenemos que temer, estamos seguros y sentimos que estamos seguros (Hechos 27:31). ¡Pero cuántas veces alguno de los que estuvieron en el área de seguridad TRASPASARON LOS LÍMITES! Todas las promesas de Dios están condicionadas a nuestro libre albedrío (1 Timoteo 6:21; 2 Timoteo 2:18; 2 Pedro 2:21-22). Dios provee las condiciones pero nosotros tenemos la responsabilidad de guardarlas. Dios no viola nuestra voluntad. Note, en los siguientes versículos el “si” condicional y otras expresiones condicionales para nosotros: “Dijo Jesús a los que habían creído en él: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” Juan 8:31;
“El que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece; y yo le resucitaré en el día postrero” (Léase completo: Juan 6:53:56). “Confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe ...” (Hechos 14:22). “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios, la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo si permaneces en esa bondad, pues de otra manera tu también serás cortado y aún ellos, si no permanecen en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volveros a injertar” (Romanos 11: 23. Véase además Colosenses 1:23; 1 Juan 2:28; 3:6).

2. El cuidado de nuestra salvación.

La salvación es un regalo de Dios y, como todo buen regalo, es necesario guardarlo y cuidarlo. La Biblia nos exhorta, en primer lugar: “Por tanto, es necesario que con mas diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos” (Hebreos 2:1). “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3). Todavía va mas allá cuando Pablo habla a los Filipenses: “Ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Jesús nos exhorta diciendo: “He aquí yo vengo pronto; retén lo que tiene para que nadie tome tu corona” (Apocalipsis 3:11). El Señor vuelve a advertir: “Al que venciere será vestido de ropas blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida” (Apocalipsis 3:5); “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aún a los escogidos. Ya os lo he dicho antes” (Mateo 24:21-25). Y amonesta: “Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).

Toda esta enseñanza nos muestra que hay una parte que tenemos que hacer nosotros para conservarnos en la gracia de Dios. Pedro nos aconseja: “Sed sobrios, y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:8,9).