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lunes, 4 de mayo de 2009

EL ASPECTO HUMANO EN LA SALVACIÓN



Aunque es verdad que la salvación es un acto inicial de Dios, que Dios lo ha provisto todo para hacerla real en el hombre y como medio objetivo de salvación el hombre no puede hacer provisión de nada, sin embargo hay un aspecto subjetivo que involucra la mente y el corazón, que el hombre sí tiene que hacer. La Biblia establece dos requerimientos por parte del hombre para que este pueda alcanzar y recibir lo que ha sido hecho para él.

La salvación es algo tan valioso que las riquezas de este mundo no alcanzan para comprarla: “De qué le vale al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? o ¿qué recompensa dará el hombre por su alma” (Mateo 16:26). Sin embargo Dios lo hace posible al hombre el obtenerla a través de dos elementos que están en él y que solo tiene que ponerlos en acción. Estos elementos son: LA FE Y EL ARREPENTIMIENTO.

1. La fe como medio para alcanzar la salvación. 

El Apóstol Pablo hizo algunas declaraciones contundentes que eliminan cualquier otra posibilidad de apropiarse de la salvación. Él dijo: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 4:8). Estas palabra establecen un medio, la fe, contraponiéndola contra las obras. Dice: “No por obras”.

¿Por qué recalca inmediatamente la contrapartida? Por la tendencia humana de apelar a su propia justicia para sustituirla por la justicia de Dios. Nuestros primeros padres trataron de buscar cobertura humana, cubriendo ellos su desnudez (Génesis 3:7), como símbolo de sus excusas por haber pecado contra Dios. Caín trató de sustituir “el sacrificio cruento” establecido por Dios” para el perdón, por una “ofrenda incruenta”, símbolo de las formas falsas y humanas de adoración. Caín estableció el método de adoración del culto a las obras de justicia humanas, pero Dios lo rechazó. Todo el sistema adoracional que destituye la forma exclusiva que Dios ha dictaminado para el hombre fue definido por Judas como “el camino de Caín” (Judas 11).

Pablo atacó severamente a aquellos que querían justificarse por medio de las obras colocando bajo pecado a todo el mundo (Romanos 3:19-20 y 23) para que se manifestase “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen....siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús a quién Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre para manifestar su justicia....a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesucristo (Romanos 3:21-26) “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda, más al que no obra pero cree en aquél que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-14; ver también Romanos 10:5-13).
Cuando el hombre pecador es capaz de entender el amor desinteresado y generoso de Dios y logra ejercer su fe en la provisión amplia de Dios en el sacrificio de Jesucristo y se atreve a creer, no se dilata el perdón y se hace efectiva su salvación. (Juan 3:116-17)

2. El arrepentimiento.

Son decenas y decenas de versículos en la palabra done se nos habla acerca dela necesidad de un verdadero arrepentimiento para alcanzar perdón. El mensaje de Juan el Bautista fue un mensaje de arrepentimiento. Jesús comenzó su ministerio predicando y diciendo “arrepentios porque el reino de os cielos se ha acercado” y los apóstoles retomaron el menaje de Jesús y predicaron la necesidad del arrepentimiento para perdón de pecados. (Mateo 3:8; 3:11; 9:13; Marcos 1:4; Lucas 3:3; 3:8; 5:32; Hechos 5;31, etc.)

     a. ¿Qué es arrepentimiento? 

En su forma más sencilla es cambio de actitud, volverse del mal camino. Pero “el arrepentimiento que es para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21) involucra algo mas que un mero cambio de actitud. El verdadero arrepentimiento bíblico involucra a toda la personalidad: mente, afecto y voluntad son afectados produciendo “frutos dignos de arrepentimiento” (Mat. 3:8)

En una ocasión iba a hacer un viaje de San Rafael a Malargüe, en la provincia de Mendoza (República Argentina). Había dos ómnibus estacionados. Uno decía, Mendoza y otro Malargüe. Corrí al ómnibus. En el trayecto me interceptó un pastor que en el saludo me hizo perder dos minutos, cuando volví mi rostro, vi que uno de los ómnibus que salía. Entré rápidamente en él; tan rápido que el mismo conductor ni se fijó en mi boleto. Me senté cómodamente y comencé a contemplar el paisaje de la ciudad. El ómnibus debía doblar por la avenida Ballofet para tomar la ruta a Malargüe y no lo hizo. Al darme cuenta me intranquilicé un poco pensando que quizás, por alguna razón tomaría otra calle paralela para salir a la ruta, pero saliendo de la ciudad, me inquieté tanto que fui corriendo al chofer para preguntarle. Me contestó: “Señor, usted ha tomado un ómnibus equivocado, este va a Mendoza”. Urgente le pedí que me dejara ahí mismo y me bajé.

Este incidente me ilustró los mecanismos sicológicos que se producen en un verdadero arrepentimiento. Creemos que vamos bien en el camino de la vida. Cuando nos damos cuenta que vamos mal (análisis mental de la situación), comenzamos a sentir cierto estado de intranquilidad (parte afectiva). El constatar la realidad de nuestra equivocación nos hace tomar una decisión (acción de la voluntad), y retornar a la situación original.

Para que haya un verdadero arrepentimiento, este tiene que ir precedido de una información correcta en relación con la condición y situación del pecador. Él no se da cuenta que va mal. Cree que esta y va bien. Por eso Pablo nos exhorta diciendo: “Cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquél de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique” (Romanos 10:14). El rico en el infierno reconoció esto y le dijo a Abraham: “No, padre Abraham, pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Más Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levantare de entre los muertos” (Lucas 16:30).  Antes de ascender al cielo, camino de Emaús, Jesús dijo a aquellos discípulos: “Así estaba escrito a así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:46-47). La gran comisión es el motor impulsor para dar información del plan de Dios: “Id...y predicad...” (Marcos 16:15).

    b. El fruto del arrepentimiento.

        1) Aspecto humano: confesión y restitución.

Confesión.- El acto de la confesión es importantísimo dentro del proceso del arrepentimiento.
La confesión es la capacidad que da Dios, en su gracia para con el hombre, de poder expresarle a Él, el o los pecados cometidos. Para esto es necesario revestirnos de toda sinceridad ya que el conoce la mente y el corazón. Nada podemos tapar, no puede haber reservas, ni rezagos ocultos en el corazón, porque “Dios escudriña la mente y el corazón”, el sabe y conoce, por lo cual Él está dispuesto a oír, para PERDONAR. Otro aspecto en el acto de la confesión es la disposición interna de no volver a pecar. Esto nos ayudará a permanecer en la gracia y bendición de Dios. (Esd. 10:1; Prov. 28:13; 1 Juan 1:9).

Pero aquí se plantea una pregunta: ¿a quién confieso?. .- Diremos, antes que nada, que todo pecado cometido es una ofensas contra Dios, por lo cual, cualquier tipo de pecado que el hombre cometa, debe ir directamente a Dios a confesarlo para recibir perdón. (Lev. 5:5; 2 Cron. 6:26; 1 Juan 1:9). Sin embargo Dios tiene en cuenta el pecado que cometemos contra nuestro prójimo. El perdón de este tipo de pecado está acondicionado a la capacidad que tengamos de pedir perdón y perdonar. Tenemos, pues, que arreglar, primero, nuestras cuentas con el prójimo, antes de pedir y recibir perdón de Dios. (Mat. 6:12 al 15; 18;21; Marc. 11:25; Luc. 6:37; Efe. 4:32; Col. 3:13; Sat. 5:15)

Restitución.- Restituir es el acto de devolver lo que injustamente hemos quitado, adquirido. Esta idea está incluida dentro del sistema de sacrificios del A. T. (Lev. 6). No solo bastaba con arrepentirse, confesar y pedir perdón, era necesario devolver lo encontrado y quintuplicado aquello que la persona había robado. Aquí estaban incluidos los pecados morales, sociales, etc. Cuando Zaqueo el publicano tuvo el encuentro con Jesús (Luc. 19:1-9) dijo: “He aquí la mitad de mis bienes doy a los pobres y si en algo he defraudado a alguien lo devuelvo cuadruplicado”. 

        2) Aspecto divino: perdón de pecados y la conversión.

            a) Perdón de pecados. 

Dios es la fuente del perdón (Salmo 130:4). “Él es quien perdona todas nuestras iniquidades” (Salmo 103:3). Los que recibieron perdón podía testificar: “...y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5). En el Antiguo Testamento, Dios hizo provisión por medio de sacrificios de animales “la expiación por ellos, y obtuvieron perdón” (Levítico 4:20). Pero todos aquellos sacrificios no eran más que típicos del verdadero sacrificio del cual manaría una fuente inagotable de perdón para el pecador: el sacrificio expiatorio de Jesucristo. En casa de Cornelio, Pedro se levantó testificando acerca de Jesucristo: “De éste dan testimonio los profetas, que todos lo que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43). Pablo, ante los ancianos de Antioquia, testificó de Jesucristo diciendo: “Sabed, pues, esto, varones hermanos : que por medio de él (Cristo) se os anuncia perdón de pecados y que de todo aquello de que por la Ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquél que cree” (Hechos 13:38-39. Véanse además Hechos 26:18; Efesios 1:7; Colosenses 1:14).

Durante su ministerio público, hay una frase que sale permanentemente de los labios de Jesucristo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, “Ni yo te condeno, vete y no peques más” (Mateo 9:2; Marcos 2:5; Lucas 5:20; Mateo 9:6; Marcos 2:10; Lucas 5:20). Sin embargo, el perdón viene como resultado de un arrepentimiento verdadero y profundo.

Un aspecto importante relativo al perdón es la necesidad de confesión sincera a Dios del pecado cometido. Mucho pudiéramos escribir al respecto, pero creo que la experiencia de David, plasmada en el Salmo 51, es un ejemplo sobresaliente de la necesidad de la confesión de nuestros pecados como parte de un verdadero arrepentimiento que produce perdón amplio de parte de Dios. Esto era un requisito en el Antiguo Testamento (Levítico 26:40; Números 5:7; Nehemías 9:2; Salmo 32:5). Juan nos dice elocuentemente: “Si confesamos nuestros pecados él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9. Véanse también Proverbios 28:13; Mateo 3:6; Hechos 19:18; Romanos 10:9).

3. Conversión. 

La conversión es un acto de la voluntad humana. El aspecto negativo es: “volverse de” (2 Reyes 17:13; Jeremías 26:3; Ezequiel 14:6); y el aspecto positivo es “volverse a” (1 Samuel 7:3; Nehemías 1:9; Job 22:23; Isaías 55:7; Lamentaciones 5:21). Dios espera que el hombre se vuelva de su mal camino, y se vuelva a él. Cuando el hombre se siente impotente para hacerlo, puede buscar ayuda en Dios y decirle: “Vuélvenos, oh Jehová,...y nos volveremos” (Lamentaciones 5:21). Esta vuelta se produce cuando el hombre arrepentido viene a Dios en busca de perdón y salvación, entonces se hace real la conversión. El “volverse de” es el inicio, “el volverse a” es la conversión propiamente dicha.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios exhorta al hombre a que se convierta de su mal camino. Esta conversión produce, primero, un cambio de condición (Lucas 1:17; Santiago 5:20). En este sentido, la conversión es dejar de ser una cosa para ser otra (Hechos 2:20; Mateo 4:1319). En el orden moral y espiritual es convertirse de la maldad para ser un santo (Hechos 3:26); dejar de adorar ídolos, para adorar al Dios vivo (1 Tesalonicenses 1:9); la tristeza convertida en gozo (Juan 16:20). Se describe como un cambio situación (Hechos 26:18; Efesios 5:8;), un traslado (2 Pedro 2:9 y 15; Colosenses 1:13). 

“Arrepentios y convertios para que sean borrados vuestros pecados...” (Hechos 3:19). Fueron las palabras de Pedro en el Pórtico de Salomón después de la curación del cojo. Y fue el tenor del mensaje y enseñanza apostólica constantemente (Hechos 3:26; 14:15; 26:18; 2 Corintios 3:16). El arrepentimiento verdadero tiene necesariamente que producir conversión, de lo contrario todo fue un formulismo externo, superficial, que dejó al pecador en las mismas condiciones que antes.


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