Para poder entender la doctrina de la salvación es necesario que traslademos nuestras mentes al Antiguo Testamento, descorramos las cortinas del Libro de Éxodo, y levantemos nuestra mirada hacia Egipto. Es especialmente en Egipto donde se encuentra la clave para entender la naturaleza de la salvación y, entonces, poder forjarnos el concepto correcto de lo que es ella.
Contemplemos a un pueblo esclavo, sufrido, maltratado, humillado, destinado a muerte. Un pueblo que en medio de su desesperación clama por liberación, levanta la vista a su Dios. Contemplemos, por la otra parte, a un Dios que oye el clamor, que ve la opresión y envía un salvador para libertar a su pueblo. (Éxodo 1-3). Posteriormente, en las diferentes etapas de la vida de Israel, en medio de la opresión del enemigo, coartados de su libertad, afligidos y maltratados, Dios envía salvadores que salven a su pueblo de la esclavitud y sus consecuencias.
Tres palabras que rescatamos de todo ese quehacer son: esclavitud, salvador y liberación, las que nos dan la clave para lo que Jesucristo habría de hacer posteriormente a favor del hombre esclavo y oprimido por el yugo opresor de Satanás. Es ese contexto circunstancial lo que nos brinda los elementos para entender, primero, qué cosa es salvación desde el punto de vista de Dios y, segundo, el por qué de la necesidad de un salvador.
Teniendo en mente este pensamiento dominante extraído de hechos típicos del Antiguo Testamento, debemos antes que nada definir el concepto teológico de salvación. Hace años cayó en mis manos un pequeño folleto que exponía el plan de salvación y justo decía lo siguiente: “Salvación es la emancipación del pecado con su consecuencias presentes y futuras”. Emancipar es liberar.
En el acto de la salvación Dios, liberta al pecador del yugo opresor del pecado. El pecado ha provocado la ruina espiritual, moral, física y material del hombre y separación de Dios, pero en el acto de la salvación los efectos son anulados, el hombre es restaurado a su posición original y Dios le provee la seguridad de un destino glorioso.
La necesidad de un salvador se produce primeramente por la condición espiritual del hombre. El mismo Pablo lo revela cuando dice: “Y él os dio vida cuando estabais muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1). “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:21). Isaías lo dice en otras palabras: “Vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2 y ss). Segundo por la incapacidad del hombre para proveerse a sí mismo un medio de salvación. Entonces la iniciativa tiene que tomarla Dios, haciendo provisión de ese salvador. “Qué recompensa dará el hombre por su alma” (Mateo 16:26) Véase también Salmo 49:6-8; Juan 3:16; 4:10; Romanos 6:23; 8:32: Efesios 2:8). “Él vino a buscar y salvar lo que se había perdido”.
Jesucristo estaba consciente de la naturaleza de su obra cuando dijo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19), “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:32), “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36), “Y libertados del pecado vinisteis a ser siervos de justicia” (Rom. 6:18) “Más ahora habéis sido libertados del pecado, y hechos siervos de Dios...” (Romanos 8:22) y se nos exhorta diciendo: “Estad, pues, firmes con la libertad con que Cristo nos hizo libres” (Gálatas 5:1).
Para concluir este aspecto ratificamos lña definición anónima que citamos anteriormente:
"LA SALVACIÓN ES LA EMANCIPACIPACIÓN
DEL PECADO PRESENTE Y DE SUS CONSECUENCIAS FUTURAS"
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